¡Que tres palabras! Por fin no era la única que iba a trabajar por las tardes, por fin tenía horario de verano. Me tenía que levantar una hora antes y salía una hora después pero luego podía hacer lo que quisiera con mi tiempo libre, que bueno, principalmente dedicaría a estudiar unos exámenes que tenía y a preparar las clases con mis niñas pero bueno, puedo hacerlo en casa, en la biblioteca, tomando un café en un bar ¡como si me quería ir al parque! Sin embargo, para no tener sensación que solo trabajaba (que luego me dicen que soy adicta al trabajo) decidí que lo mejor que podía hacer era emplear una parte de mi tiempo libre a una actividad que no tuviese nada que ver con el trabajo. Algo que fuera solo para mí. Decidí que el sitio elegido fuese ir a un gimnasio. Tenía dos razones importantes para ello. La primera era que por mucho que me pusiese a dieta, o me diese las cremas y los parches, sin ejercicio iba a llegar un momento que no pudiese adelgazar más y la piel me quedaría algo fofa. La segunda razón era que me habían comentado que para liberar tensión y estrés era de las mejoras cosas que había. Claro, también estaba el chocolate (buen sustitutivo de…) pero entonces si que sería absurdo cremas y dietas y todas estas cosas… Así que me decante por el gimnasio. Ahora solo había que elegir el sitio en cuestión. Ya no solo por precio, que también porque había que ver lo caro que salía ponerse mona, sino también había que elegirlo por cercanía de casa o trabajo, por las instalaciones y, por supuesto, por los monitores. La cuestión era buscarse alicientes para ir. O por que ibas con una amiga que te obligaba a acudir o porque el monitor era lo suficientemente atractivo para que te diese ánimos para subirte a la bicicleta estática. Además no era la primera vez que me apuntaba a un gimnasio y los resultados habían sido algo nefastos. Ahora solo tenia que elegir uno… aún estoy en ello…
De los 4 gimnasios que anteriormente me habia apuntado (ya avise, resultados nefastos) sólo a uno había asistido con cierta continuidad. Eso sí, fue porque se juntaron mis dos alicientes, amiga y monitor. El problema fue que yo con el deporte nunca había casado muy bien y se noto en mi pobre experiencia en ese gimnasio. Me encontraba con frases de mi monitor como “hasta que no te conocí no supe que se podía ir tan despacio en una bicicleta estática” o “¡o dios mío Nerea, hoy esta sudando un poquitin!¡tienes que estar súper cansada!” así que mientras ponía la típica risa de “oh, que gracioso” pensaba “no me jodas, ahora tendré que ir a otro gimnasio para poder ponerme en forma para ir a este ¡pues anda que no me va a salir caro el asunto!”. Y luego estaba el aeróbic. Estaba convencida que todas ensayaban en casa porque no podía ser que fuese la única que no pillaba el ritmo a las clases. Sin embargo aguante un tiempo allí. Hasta que llego el verano. Mi amiga y yo ya no nos obligábamos a ir (vacaciones, piscinas, terracitas…) y decidí dejarlo… bueno mi monitor también se fue… pero eso no tenía nada que ver (ejem)... Por supuesto no subió mi ritmo a la hora de hacer deporte y seguía siendo lenta. Además seguía sin gustarme hacer ejercicio.
El tiempo que estuve en ese gimnasio, y los dos o tres días que estuve en los otros 3 (en total ¿eh?, ni siquiera en cada uno) me di cuenta que no todo el mundo hacía como yo. Yo solo iba a los gimnasios porque quería adelgazar. Sin embargo había a gente (¡personas humanas!) que sí le gustaba y me sorprendió mucho comprobarlo. Y claro a quien le gustaba solía estar bien físicamente y eso no ayudaba mucho a mi objetivo. Te encontrabas con que tú ibas con tu pantalón de chándal muy ancho (aún no estabas preparada para llevar uno estrecho), y una camiseta normal y las otras chicas llevaban unos conjuntos que ya quisieras tú para salir el finde. Y buscabas la sala de las chicas normales pero no la encontrabas. No sabías si ir al mostrador y con tu mejor sonrisa preguntar a la chica que allí se encontraba “Perdóneme usted las clases de las mujeres normales ¿a que hora suele ser?”.
Nos vemos por aquí
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